26 ago 2008

El fantasma de la ausencia.

Nadie es más solitario que aquél que nunca ha recibido una carta.

-Elías Canetti.
Hmm... ¿En este mundo globalizado y autómata será posible todavía el hablar sobre correspondencia? ¿No será que Elías Canetti(1905-1994) nunca llegó a conocer, y por tanto apreciar, las ventajas del teléfono móvil, del Msn o incluso del todopoderoso facebook? Ha de apuntarse que Canetti muere en los años que aparece internet y se da el boom de la telefonía inalámbrica. Sería, de este modo, una cuestión de época la que lo hace pensar así. Y sin embargo, aunque él no haya admirado las maravillas del nuevo milenio, hay algo en este aforismo que deja pensando. Y es que en realidad hay un secreto placer detrás de las cartas.
¿Qué hace tan especial a un pedazo de papel con unas líneas garrapateadas? Como en muchos casos, habrá que saltarse el mero hecho material y profundizar en lo que está detrás. Siempre, tras una carta escrita, hay una persona que le escribe a un destinatario ausente. Este, a su vez, al cabo de un tiempo, recibe un mensaje de alguien que está lejos, bien en el otro confin de la tierra, bien en la casa de al lado. Y es en este juego de ausencias donde está la clave. Kafka (1883-1924) pensó mucho sobre el asunto. En una carta a la señorita Milena, escribe:

La sencilla posibilidad de escribir cartas debe de haber provocado -desde un punto de vista meramente teórico- una terrible desintegración de almas en el mundo. Es en efecto una conversación con fantasmas (y para peor no sólo con el fantasma del destinatario, sino también con el del remitente)[...]. ¿De dónde habrá surgido la idea de que las personas podían comunicarse mediante cartas? [...]. Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas [...]. La humanidad lo percibe y lucha por evitarlo; y para eliminar en lo posible lo fantasmal entre las personas y lograr una comunicación natural, que es la paz de las almas, ha inventado el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano, pero ya no sirven, son evidentemente descubrimientos hechos en el momento del desastre. El bando opuesto es tanto más calmo y poderoso, después que el correo inventó el telégrafo, el teléfono, la telegrafía sin hilos.

Aquí Kafka hace, irónicamente a través de las cartas, una apología contra la correspondencia. Para él, el mundo epistolar no es más que la creación de un patio dónde unos fantasmas interactúan; y estos fantasmas, seres creados por la ausencia, no tardan en ahogar todo vestigio de verdad tras el artificio, digno de una obra de ficción, que constituye lo escrito (pues bien podemos mentir). Aquello que no tiene sentido hasta que le es dado por otro (en este caso el destinatario). Verdaderamente, Kafka acierta en apuntar los peligros detrás de cualquier comunicación que no es cara a cara. Por eso es que al final del texto habla de una guerra entre los hombres, que buscan acercarse físicamente a través de nuevos inventos, y los fantasmas, que ante tales casos van produciendo más artefactos de comunicación a distancia. Y esto, con gran éxito: nadie me negará que muchas veces es más fácil expresarnos cuando el otro no está presente. Ahora bien, tampoco podrá refutarse que al leer aquel conjunto de letras o escuchar esa voz tan lejana, muchas veces nos sentimos más cerca de quien o quienes nos interpelan. Es como si pudieramos tocarlos. Es así como alternamos distancias con cercanía y llegamos al meollo de la situación. En mi opinión, el problema no estriba tanto en perder el contacto, ya sea cara cara, ya sea a miles de millas, sino que el verdadero dilema se encuentra en el estar próximo al otro y no tener nada que decir. ¿No han notado como los distintos mensajes tanto en la red como fuera de ella son cada vez más escuetos? Es ahí donde se cumplen verdaderamente los miedos de Kafka. Al estar lejos, y por escrito, podemos mentirnos, sí; pero también podemos hacerlo estando cerca. La auténtica desintegración de las almas es tener todos los medios, físicos o logísticos para permanecer juntos y, sin embargo, no tener nada que decirse. Ser seres vacíos, genuinos fantasmas de la ausencia que no pueden tomarse un segundo en su agitada vida para pensar en el otro y darle un pedazo de su alma y así permitirle al otro ser parte de uno mismo. Es bajo esta premisa que vuelvo a la cita de Canetti y a su significado más profundo. La carta sólo es un medio. Maravilloso, sí; pero un medio al fin. Lo verdaderamente importante es tomar el tiempo para acercarnos al otro desde la ausencia. Y para eso, bien puede valer cualquier medio que se invente (msn, teléfono móvil, facebook, telepatía...), siempre que con él lleguemos a poder darnos al otro, sea el vecino de al lado o al amigo allende los mares. Es de este modo, como no llegaremos a estar solos.

11 ago 2008

Volver.

Se viaja no para buscar el destino sino para huir de donde se parte.
- Miguel de Unamuno.
¿A quién no le gusta viajar? ¿Quién no disfruta de conocer lugares nuevos y exóticos, recrearse con nuevas fragancias y sabores y hacerse, en definitiva, con experiencias y sentimientos hasta ese momento desconocidos? Supongo que este bosquejo no dejará a nadie indiferente... sobre todo si se hace en primera clase. Miguel de Unamuno (1864-1936) , sin embargo, no es tan inocente al hacer esta sentencia. Ha de decirse que este enrevesado señor, antiguo rector de la universidad de Salamanca y también por aquel entonces catedrático de griego, nos presenta aquí un dilema: ¿verdaderemente, todo viaje que hacemos consiste solamente en una huída de la realidad? Detrás de todo esto hay un tema muy antiguo, conocido como el del homo viator, el hombre que viaja hasta llegar a su destino. Ya que los griegos eran tan queridos por D. Miguel, pongamos por ejemplo aquel libro que todos conocen y menos han leído: La Odisea, la célebre obra en la que el héroe Ulises (u Odiseo) sigue un tortuoso camino para volver, después de la guerra de Troya, a su querida tierra Ítaca. Mucho se ha dicho sobre la imagen del camino que hay que recorrer durante la vida. Unas veces se trata de verdaderos espacios, como en el caso de Ulises. En otras, el único recorrido es aquel que se hace en la vida y en la mente. En esta categoría entran las novelas de aprendizaje en las que el héroe poco a poco se va desarrollando a través de distintas pruebas (vease El Aprendizaje de Wilhelm Meister ). A veces, también podemos encontrarnos un trayecto que engloba tanto lo espacial y físico como lo intelectual y moral. Mi ejemplo favorito en este caso es el El Hobbit de Tolkien (1892-1973), aunque creo que para este caso viene más a cuento el otro título que tiene y que intencionalmente dejo en inglés: There and back again. Y es que para los antiguos, incluídos los griegos, esto era el viaje: un ir, para volver de nuevo al hogar querido. En el trayecto podrán haber pasado cosas muy buenas, o malas. Se podrán haber hecho excelentes amigos o haber encontrado increíbles tesoros. Muchas veces el mismo viaje te mostraba cual era el lugar a dónde se pertenecía, aunque no se viniese originalmente de ahí. Sin embargo, el desenlace siempre era el mismo: encontrar o volver a aquel lugar querido donde se pertenece. Ha de decirse, llegado a este punto, que para los griegos el peor castigo era el desarraigo, el eterno vagar sin sitio ni refugio. No obstante, Unamuno, un hombre muy atormentado intelectualmente y a su vez muy hijo de los tiempos modernos, hace eco tal vez sin saberlo, de aquello que dijo Kavafis (1863-1933) recordando la historia de Ulises:

Traducción: Kavafis, con su poema Ítaca, que aconsejo leer por completo, viene a reflejar una idea muy de los tiempos modernos: ya no existe aquello del Home sweet home. Esta idea, cultivada por autores como Joseph Conrad, Sebald, Beckett e Ishiguro entre muchos otros viene a decir esto: se ha perdido el concepto del hogar querido y subiste en cambio un eterno deambular sin retorno. El hombre se encuentra solo y errante en el mundo. No hay Ítaca dónde llegar. Es así, en un ambiente en el que no existe sitio fijo, donde solamente queda el viajar de un lugar insoportable a otro. Y es aquí dónde llega D. Miguel: el eterno exilio que consiste en un continuo huir. Desentrañar la complicada maraña filosófica y vital detrás de esto excede mis intenciones (tal vez en otro lugar y en otro momento). Me gustaría quedarme, no obstante, con esta nueva perspectiva que la modernidad ha traído, y recordar aquella otra mencionada anteriormente por There and back again. Aquella en la que el viaje tiene un fin con una promesa de eterno retorno a aquello que más amamos y que podemos llamar hogar. Tolkien también era un hombre de los tiempos modernos, salvo que era más fiel a la tradición griega, que bien vista incluye muchas otras culturas. Tanto él, como muchos otros, mostraron su fe en el fin del camino, en la visión del viaje como una preparación para aquello a lo que se aspira. Seguir un camino sin llevar destino alguno a cualquiera le parecería una tontería. No solo a lo griegos. Lástima que Unamuno, catedrático y todo, no haya aprendido más de ellos. Después de todo, si verdaderamente se econtrara aquello para lo que estamos destinados, aquello que podemos llamar hogar, tal vez ya no sería necesario huír. Tal vez todo sea cuestión de buscar con más fuerza, de aventurarse en nuevos caminos, de mirar en las vías secretas del alma de cada uno. Ya dependerá de cada quien tomarse en serio o no el viaje. En mi caso, sin embargo, prefiero un billete de ida y vuelta.

3 ago 2008

Anatomía del arribista.

Los que dejan al rey errar a sabiendas, merecen pena como traidores.

-Alfonso X el sabio.

Hay mucha sapiencia detrás de estas palabras. Lástima que, desde el punto de vista práctico, este refrán haya tenido tan mala pata. Sólo falta ver unos siglos atrás para darse cuenta que no hubo mucha gente aconsejando a los reyes durante --relativamente-- estos últimos tiempos. Vivo ejemplo de eso son la revolución estadounidense, la francesa, la rusa y un buen etcétera. De aquí podría hacerse mucho comentario político que podría oscilar desde Dieu et mon droit hasta El pueblo al poder; pero en realidad ese aspecto no me interesa. Antes bien, me interesa más el preguntarse sobre esta plaga de lo que D. Alfonso llamaba traidores: ¿se murieron con las monarquías absolutistas? En mi opinión, no es así. Todavía tenemos en la actualidad una amplia y extensa gama de arribistas. Los hay de todos los colores, tamaños y sabores. Esto sin mencionar que están en todos los estratos. No sólo en las vetustas cortes de los reyes. Existen unos que son melifluos y delicados, con una lengua más suave que la seda a la hora de hacer lisonja. Los hay también aquellos que saben granjearse la confianza alternando palabras y silencios. Luego tenemos aquellos que se ganan a todos con lujosos y exuberantes regalos. Estos son algunos cuantos. Sin embargo, no hay que olvidar que, detrás de las distintas técnicas, existe un mismo fin: utilizar. Y es así como se salen con la suya. No violentan, no atacan, no hacen ningún daño aparente a nadie. Solamente cometen el peor de los crímenes: mentir y ocultar a cambio de favores. Eso, y dejarte caer en el vacío mientras no perjudique sus planes. Es así como se granjean una falsa amistad. Contra esta mala calaña sólo cabe un tipo de defensa: estar atento. No de una manera maquiavélica y paranoica por supuesto. Bastará, supongo, estar ojo avizor a aquellos que están con uno no sólo en tiempos de banquete, sino también en aquellos de dolor y necesidad. Lástima que ya no se den castigos por alta traición en estas épocas... Bueno, supongo que por algo será.