*Publicado en Los Ritmos del Siglo XXI el 23 de Febrero de 2013.
¿Qué hace de Joaquín Sorolla y Bastida
(1863-1923) un pintor tan especial? La pregunta es fácil de plantear,
pero no tan sencilla de responder. ¿Podrá ser el uso que hizo este
pintor valenciano de la luz? ¿Será acaso ese gusto que mostraba por
temas españolísimos? O tal vez, por el contrario, ¿tendrá ese nosequé
especial algo que ver con la facilidad que el pintor tenía de plasmar el espíritu español
con técnicas europeístas? Han pasado ya 150 años desde que este artista
nació en el seno de una humilde familia valenciana. Y todavía no se
hace posible discernir ese elemento que le ha ganado a Sorolla un puesto
especial en la historia de la pintura.
Puede
que a algunos parezca exagerado hacer demasiado énfasis en la
importancia de Sorolla. Después de todo, su apellido no suena de la
misma manera que el de Picasso, Miró o Dalí.
Y aun así, basta investigar un poco para descubrir que sus obras no se
exhiben exclusivamente en España, sino que también se encuentran
desperdigadas por diversas zonas de Latinoamérica y Estados Unidos. No
son muchos los pintores españoles que se puedan gloriar de haber
retratado a un presidente de los Estados Unidos, tal y como hizo nuestro
pintor con William Howard Taft. Tampoco abundan aquellos artistas
españoles que hayan sido comisionados por un magnate estadounidense para
retratar y exhibir de forma permanente a todos los pueblos de España en
una de las ciudades más vibrantes del mundo: Nueva York.
De forma discreta pero efectiva, Joaquín Sorolla fue capaz de acercar la España eterna a los ojos
de un mundo que entraba en las peripecias del siglo XX. Puede que aquel
elemento especial que se mencionaba al principio tenga que ver con esa
especie de éxito tranquilo y cotidiano, seguro reflejo de la vida en
familia a la que era tan asiduo el pintor. Todo esto en claro contraste
con la tormentosa vida de pintores como Picasso, Dalí y demás
vanguardistas, que nos tienen acostumbrados a la estridencia, el
desasosiego y al sondeo doloroso de alma en pena que busca hacer arte en
un mundo sin belleza.
Muchos
alegan que el éxito de Sorolla se debe a que es un pintor fácil y
asequible para el gusto de las masas. No obstante, los que dicen esto
muchas veces lo hacen por estar acostumbrados ya a la necesidad de
abstraer que exige el arte contemporáneo. Válido e importante, pero de
ninguna manera único. La pregunta que se alza ante este tipo de postura
moderna es si para hacer arte se hace necesario siempre el sufrir,
abstraer o confundir. También se hace relevante interrogarse si, al fin
al cabo, estas acciones son las únicas con las que se puede aprehender
en obras concretas las maravillas del universo mundo. Quizá, detrás de
esa tendencia de calificar lo exitoso como fácil exista en ocasiones
cierta visión solitaria y esnob que se regocija en la privilegiada comprensión de obras arcanas y complejas.
Sea
lo que fuere, Sorolla sigue siendo admirado en el mundo y en España. Si
en el caso de otros pintores fueron los amigos y las amantes los que se
dedicaron en buena medida a perpetuar su obra, en el caso de Sorolla
fueron su esposa e hijos (y los hijos de sus hijos) los que se han
dedicado durante casí ya ocho décadas a preservar su legado. Prueba de
ello es el Museo Sorolla de Madrid, donde el arte y la vida familiar se
funden. De nuevo, son pocos aquellos artistas españoles que se puedan
gloriar de haber contado con su familia como gestores de su propio
museo. Y con todo, el nombre Sorolla suena poco. Quizá este tipo de
situación sea la condición sin la cual no pueda darse aquel elemento
especial de su pintura. Quizá lo que hace grande a este pintor
valenciano de orígenes humildes y pocas palabras sea precisamente que su
vida, por callada, familiar y sencilla, no pueda más que remitir a sus
obras. Y son estas las que verdaderamente tienen fama y brillo. Puede
que en un Siglo XX, donde hemos tenido tanto artista famoso, bohemio,
incomprendido y a veces atormentado se haya olvidado que lo verdaderamente importante en el arte son las obras. Y en este aspecto, Sorolla tiene mucho que enseñar con su ejemplo callado, alegre y apacible.