27 jun 2014

España y los mitos de poder



Duelo a Garrotazos de Francisco de Goya. Foto de Wikimedia Commons

Hace unos años, en 2010, tuve la suerte de contar con una visita guiada al Museo del Prado. Recuerdo que en esa ocasión el encargado de comentarme a mí y a unos amigos sobre Las Meninas, El Jardín de las delicias y La Asunción, entre otras obras, no era el guía típico. Fue más bien un grave señor que llevaba muchos años trabajando en el museo. 

Lejos del ensayado discurso del personal acostumbrado a dar varias sesiones diarias, las explicaciones de nuestro guía eran mucho más profundas y en buena medida menos "enlatadas" y políticamente correctas. De Las Meninas nos contaba, por ejemplo, que había discutido hace tiempo con unos colegas de trabajo cómo este sería el cuadro que definitivamente habría que salvar de un incendio. Según nuestro guía, ese mérito no sería por los personajes ni las perspectivas, sino por el aire de la habitación en la pintura que, aunque invisible, se hacía palpable gracias a la magia de Velázquez. 

Quisiera recordar muchos más datos de esa visita guiada, pero la memoria no me permite aventurarme mucho. Lo que sí recuerdo con seguridad fue el comentario que nuestro guía hizo sobre el cuadro Duelo a Garrotazos (1820-1823) de Goya. Conforme nos acercábamos, nuestro cicerone empezó a decir que con esa pintura Goya estaba haciendo una premonición de lo que sería España durante los años venideros: una lucha fratricida entre hermanos. Nos explicó que así había sido con la Guerra Civil del siglo XX. También nos dijo, con un tono admonitorio propio de las personas mayores, que si nos descuidábamos así volvería a ser tras la transición. 

Ciertamente, nuestro inusual guía no fue el primero y el último en buscar una interpretación simbólica a posteriori en este cuadro de Goya. Tampoco ha sido el primero ni el último en traer a discusión la idea histórica sobre las dos Españas que durante muchas décadas estuvieron en pugna. Lo que sí fue distinto en este inusual guía fue poner en duda la estabilidad institucional del actual orden político español. Eso no se escucha todos los días. O no se escuchaba tanto hasta que hace unos días el Rey Juan Carlos decidió abdicar en su hijo, el recientemente proclamado Felipe VI. Todo esto en el mismo año en que un partido tan poco conocido y nada institucional como Podemos se hiciese con una gran victoria política en las Elecciones Europeas

Vivimos en una época intelectualmente bastante desmitificadora. Es un síntoma causado en buena medida por el agotamiento intelectual propio de un Occidente postmoderno; y esta situación se ha visto exacerbada por el puñado de años de crisis en el que hemos estado viviendo. No obstante, incluso en estos tiempos de desencanto, sigue siendo necesario el crear ciertos mitos con los cuales proteger la legitimidad de la esfera política en las sociedades contemporáneas. Tómese por ejemplo la idea de democracia. No sólo se ha mostrado eficiente como regla de juego para sortear los resentimientos colectivos sino que también, o posiblemente por ello, se ha convertido en un dogma político. Esta maniobra no ha sido por accidente. Sólo mediante la cristalización de mitos fundacionales, en cierto momento refrendados por la voluntad popular, puede el orden político mantener sus status quo en una sociedad que está abocada a cambiar con cada generación.

En efecto, en España el procedimiento dogmático ha estado bastante vigente y hasta el momento han existido ciertas ideas que no se podían poner en duda, tales como la importancia política de la transición y de la Monarquía parlamentaria que dio a luz al actual sistema democrático español. Sin embargo, parece que en estos más de treinta años de abundancia económica y social el pueblo español se olvidó de un detalle muy importante: los mitos pueden morir. Primero se ponen en duda. Luego se vacían de cualquier contenido. Finalmente se destruyen.

El proceso de desmitificación de la transición y la monarquía lleva ya un tiempo. A su vez, las continuas noticias sobre corrupción, los años de precariedad y la dejadez por parte de los gobernantes solamente ha contribuido a extender el desencanto. Y es de esta forma como hemos llegado a 2014 y a los reciente eventos políticos que han puesto en duda, de una forma abierta y masiva, la validez de los mitos del 78. Tanto es así que en medios internacionales se airea el mal estado de la monarquía y en foros académicos, como el de la Universidad de Oxford, se ha empezado a plantear una alternativa histórica a la cristalizada versión del mito español de la transición. Este es el caso de la sesión celebrada este 27 de Junio en el Wadham College, con el título: Spain's Transition to Democracy: The real story.

Ciertamente, los mitos fundacionales de la actual democracia española se encuentran en un estado bastante precario. En este sentido, el mismo Felipe VI ha contribuido a desmitificar aún más la figura del monarca tras su decisión de prescindir de cualquier rito o signo religioso durante su proclamación. Los mitos son muy caprichosos y no entienden de discursos políticamente correctos ni de secularismos. Por siglos, el poder político asociado al monarca europeo ha venido dado por el Dios cristiano. En su completísima obra sobre la figura del monarca, el ya fallecido Ernst Kantorowicz narra cómo la monarquía europea, desde muy temprano, se ha fundamentado en una compleja idea teológico-política que presentaba al monarca como un ser con dos cuerpos: el cuerpo político, eterno y verdadero garante del poder ante un pueblo por mandato divino, y el cuerpo natural, caduco y representado por una persona en particular. La idea de linaje está asumida en esta teoría política, ya qué es la única que puede justificar el gobierno hereditario. Era a través de la sucesión entre padre e hijo como el cuerpo político seguía vigente en su misión de gobernar a una determinada nación.

Fuera de cualquier debate sobre la validez de estas teorías teológico-políticas (tema amplio que da para mucho), y sobre si era o no propio atenerse a elementos religiosos en un estado que se declara laico (que nos llevaría también a ver qué se entiende por "laico" y por qué), se debe aceptar que con esta maniobra Felipe VI ha contribuido a erosionar el mito que sustenta su poder. Y no lo ha hecho sólo contra él, sino también contra su descendencia. En efecto, el único mito que puede sustentar ahora el poder de la Monarquía Española, y el derecho de su linaje (cada uno de ellos), es el de la voluntad popular a través de la democracia. Pero en este punto específico, como en el de los nacionalismos, los mandatarios y su mismo rey se atienen a preguntar porque parecen temer la respuesta de un pueblo que actualmente se encuentra decepcionado y seducido por el mesianismo, por demás también muy mítico, de una izquierda como la de Podemos, que promete una regeneración a través de un cambio radical y un orden republicano.

Cierto amigo dijo durante el día de la proclamación de Felipe VI que sentía que con este evento se había acabado la transición. Considero que tiene razón. Lo que queda por ver es si con ese fin histórico se ha dado también un paso más al fin mítico. Por el momento, todo parece apuntar que el pasado 19 de Junio de 2014 España renunció un poco más a su tradición histórica y, sin quererlo, se acercó a matar un poco más aquellos mitos que sustentan el actual status quo. El problema de los mitos políticos moribundos es que estos se encuentran sujetos a ser devorados por nuevos mitos, que posiblemente nada tienen que ver los anteriores.

Quede por descontado decir que los mitos también pueden resucitar. Pero para lograrlo el mito de la transición necesita volver a sus orígenes y debe insuflar un nuevo ambiente de concordia entre las dos Españas, nota por la que fue conocido y sacralizado en el pasado. En el caso del mito político de la monarquía, sólo queda la opción de abrazar la tradición que fundamentó por siglos el derecho divino de los reyes o, en su caso, sustentarse en la decisión de la voluntad popular. Pero si se decide por la segunda opción, el monarca tendrá que atenerse a la inutilidad de contar con un linaje y dejar de llamarse rey, ya que en la práctica no dejará de ser otro presidente electo más en un orden que aunque no de formas, es ya de contenido una república. Quién sabe... Si España sigue descuidando los mitos que tanta paz y abundancia le han dado, puede que terminen muriendo y que el guía del Prado que conocí hace años llegue a tener razón en sus admoniciones. En ese caso, esperemos que no se haga cierta de nuevo aquella profecía pictórica de Goya inmortalizada en Duelo a Garrotazos. Nada bueno saldría de ello.

17 jun 2014

Ozymandias, Breaking Bad y el camino a la perdición.


*Spoiler Alert
En este post hay información sobre los últimos capítulos de la serie Breaking Bad.



Carretera de Nuevo México. Foto de Nicholas_T / CC BY 2.0.

Hace casi dos siglos, el poeta inglés Percy Bysshe Shelley escribió un poema llamado Ozymandias. Según dicen, lo hizo inspirado por la decisión del British Museum en traer la milenaria estatua de Ramsés II (1300-1213 a.C), faraón de la décimo novena dinastía del antiguo Egipto, al industrializado y mercantilista Londres del Siglo XIX. 

También conocido por el nombre de Ozymandias, Ramsés II fue inmortalizado por varios poetas. No obstante, mientras muchos versos se dedicaron simplemente a alabar las obras de este gran faraón, el poema de Shelley destaca entre los demás al convertirse en una reflexión sobre la grandeza de los reyes, el paso del tiempo y la inexorable decadencia que amenaza a cualquier imperio, incluido el de Ramsés:

I met a traveller from an antique land
Who said: Two vast and trunkless legs of stone
Stand in the desert. Near them, on the sand,
Half sunk, a shattered visage lies, whose frown,
And wrinkled lip, and sneer of cold command,
Tell that its sculptor well those passions read
Which yet survive, stamped on these lifeless things,
The hand that mocked them and the heart that fed.
And on the pedestal these words appear:
"My name is Ozymandias, king of kings:
Look on my works, ye Mighty, and despair!"
Nothing beside remains. Round the decay
Of that colossal wreck, boundless and bare
The lone and level sands stretch far away
 Traducción

Casi dos siglos después de que Shelley escribiese este poema, una serie de televisión estadounidense se atrevió a darle ese nombre a su antepenúltimo episodio, entendido por muchos como el más importante de la serie. Por si esto no fuera poco, durante los días anteriores, se pudo ver un pequeño corto con la voz de Bryan Cranston (Walter White) recitando el poema.


Claramente, el creador de la serie Breaking Bad, Vicen Gilligan, deseaba mandar un mensaje. Mensaje que, por otro lado ya podía intuirse por declaraciones previas a medios de comunicación como el New York Times. En esa entrevista de Julio de 2011, Gilligan explica la importancia que da a dos preguntas a la hora de desarrollar la historia sobre Walter White y su gradual camino al entorno de de los traficantes de drogas: ¿Vivimos acaso en un mundo donde las personas que hacen el mal pueden salirse con la suya? ¿Llegan a pagarlo caro aquellos que han hecho el mal durante su vida? En efecto, Gilligan explican en esta entrevista un punto clave de su filosofía de vida: "Quiero creer que el cielo existe. No puedo creer que no exista un infierno".

Estas declaraciones no son nada baladí. En especial cuando se tiene en cuenta la enorme preponderancia de series que muestran un mundo amoral donde los personajes pueden realizar las acciones más terribles y aún así salir indemnes. Mad Men, Game of Thrones y House of Cards son ejemplos de ficciones cuya cosmología presenta al egoísmo, la ambición, el engaño y la pasión desmedida como realidades cotidianas Pocos son los personajes de estas tres últimas series que puedan escaparse de esta espiral de corrupción. Y en la mayoría de los casos, cualquier acción desinteresada termina destapándose como un acto lleno de hipocresía.

En buena medida, las series de gran éxito en estos últimos tiempos muestran un cinismo lleno de sorna ante cualquier propuesta de un héroe o de un planteamiento que se aleje de una visión pesimista sobre el mundo y aquellos seres que lo habitan: ¿Qué hacer en un mundo donde hablar del pecado o del mal en general parece ser ya algo anticuado?

Mad Men, Game of Thrones y House of Cards son grandes series, de eso no hay duda. Pero también es verdad que, vistos en conjunto, estos programas exploran y hacen eco de una obsesión existencial bastante actual. Ya sea en el Washington de nuestros tiempos, en la época sesentera estadounidense o en un mundo de fantasía habitado por dragones, siempre hay una misma mensaje: homo homini lupus, el ser humano es el peor enemigo de otro ser humano. Ciertamente, queda todavía por ver la conclusión de estas tres series. Pero en buena medida cualquier mensaje que se aleje de esta premisa se terminaría viendo como una traición a lo presentado hasta ahora. En estos casos se observa el panorama intelectual de un Occidente que hace tiempo ya que olvidó aquello que llaman pecado y que, con desengaño postmoderno, explora las repercusiones de este nuevo paradigma cultural, tal y como lo apunta Eric Gans en un artículo.

Y así las cosas, en un mundo en el que el bien y el mal son piezas de antigualla, parecería que la única solución argumental a la trama pasa por convertirse en un superhombre nietzscheano. En otras palabras, en un mundo que está más allá del bien y el mal, hay que convertirse en alguien que por con su voluntad de poder se instauré por encima de los demás: o devorar o ser devorado. En un mundo como este no cabe la moralidad, sólo la supervivencia. Por ende, tampoco cabe hablar en sentido estricto de un desarrollo del personaje a mejor o peor. Sólo cabe el instante que en el que se sobrevive de entre otros para seguir existiendo; y es de esta forma como podemos entender los muchas veces inconexos despliegues de bestialidad y benevolencia que se pueden apreciar en Mad Men, Game of Thrones y House of Cards.

A la hora de representar esta preocupación existencial y moral de los hombres y mujeres del tercer milenio, estas series triunfan con un maravilloso empleo de recursos. En buena medida, la popularidad de programas como estos también anulan (cuando menos desde un punto de vista comercial) cualquier posibilidad de contar con intentos ficcionales que muestren un mundo más esperanzador. O por lo menos eso parecía, hasta que uno se topa con una tercera vía: Breaking Bad.

Nadie podría tildar Breaking Bad de serie cursi o bonachona. El desplieguie de tripas, los múltiples asesinatos y tiroteos, las tensas situaciones y las continuas palizas son pruebas fehacientes de que estamos ante un historia dura de relatar. No obstante, Breaking Bad logra dentro de su fórmula heterodoxa, mostrar una historia donde cabe hablar de un decurso vital, de un cambio moral en los personajes, de un gradual camino a la perdición. La serie nos muestra a un hombre patético que decide convertirse en un antihéroe, un tipo de personaje que abunda últimamente y que el público adora. Lo que no abunda es ese proceso argumental, tan bien explicado por Alberto García en su artículo, en el que el antihéroe termina siendo odiado por un público que en teoría había olvidado como juzgar a alguien por sus malas acciones. Y no hay ningún truco beato en tal proceso.

Breaking Bad sigue siendo una serie hija de su época y sigue compartiendo muchas carácteristicas con programas como Mad Men, Game of Thrones y House of Cards. Quizá la diferencia principal entre estas series y la creada por Vince Gilligan es que para instaurar de nuevo una especie de orden moral se ha recurrido a un truco inventado por los románticos ingleses, escritores que por otro lado tuvieron una guerra declarada a la moral inglesa de la época.

Y el truco es este: el inexorable paso del tiempo. Todo sucumbe ante él. Incluso Ozymandias, el gran Ramsés II. Incluso el superhombre nietzscheano. Por mucho que este se afane en instaurar su preeminencia ante el resto de seres humanos, jamás será capaz de ser señor del tiempo. Y en el momento en que el instante humano de victoria a cualquier precio cede a la eternidad, es entonces cuando todo acto, incluso el más básico de supervivencia, se torna vano. Contra las arenas erosivas del tiempo sólo cabe el recuerdo. Y en el recuerdo se encuentra, también inexorable, la voz de la conciencia (y un juicio sobre las acciones realizadas por los seres humanos). Sólo en una ficción en el que el tiempo vuelve a ser importante se hace posible mostrar el camino a la perdición de Walter White. Sólo de esa manera se puede lograr ese proceso retórico, que tanto amamos en esta serie, por el que terminamos odiando a un personaje que empezamos queriendo. Curiosamente, al apostar por el rescate del tiempo en la ficción, la serie estadounidense vuelve a tener algo que ver con una tragedia griega, donde todos los elementos ficcionales nos llevan a sentir temor y compasión con el protagonista. Aunque a diferencia del teatro clásico, primero compadecemos y luego tememos.

 La grandeza de Breaking Bad reside en esa fórmula por la que podemos hablar de un tiempo, una memoria, un juicio, y aún así estar anclados en los presupuestos postmodernos del antihéroe ficcional. Es a través de la brillante unión de estos elementos que Vince Gilligan, en una época descreída y materialista, vuelve hacer del ser humano un producto de su pasado, instaurando con ello de nuevo un infierno y un mal que merece ser castigado. Ahora sólo queda ver si es posible hablar de nuevo acerca de un cielo, pero eso tendrá que ser obra de otra serie.

20 abr 2013

Sorolla: el éxito callado.


*Publicado en Los Ritmos del Siglo XXI el 23 de Febrero de 2013.



¿Qué hace de Joaquín Sorolla y Bastida (1863-1923) un pintor tan especial? La pregunta es fácil de plantear, pero no tan sencilla de responder. ¿Podrá ser el uso que hizo este pintor valenciano de la luz? ¿Será acaso ese gusto que mostraba por temas españolísimos? O tal vez, por el contrario, ¿tendrá ese nosequé especial algo que ver con la facilidad que el pintor tenía de plasmar el espíritu español con técnicas europeístas? Han pasado ya 150 años desde que este artista nació en el seno de una humilde familia valenciana. Y todavía no se hace posible discernir ese elemento que le ha ganado a Sorolla un puesto especial en la historia de la pintura.

Puede que a algunos parezca exagerado hacer demasiado énfasis en la importancia de Sorolla. Después de todo, su apellido no suena de la misma manera que el de Picasso, Miró o Dalí. Y aun así,  basta investigar un poco para descubrir que sus obras no se exhiben exclusivamente en España, sino que también se encuentran desperdigadas por diversas zonas de Latinoamérica y Estados Unidos.  No son muchos los pintores españoles que se puedan gloriar de haber retratado a un presidente de los Estados Unidos, tal y como hizo nuestro pintor con William Howard Taft. Tampoco abundan aquellos artistas españoles que hayan sido comisionados por un magnate estadounidense para retratar y exhibir de forma permanente a todos los pueblos de España en una de las ciudades más vibrantes del mundo:  Nueva York.

De forma discreta pero efectiva, Joaquín Sorolla fue capaz de acercar la España eterna a los ojos de un mundo que entraba en las peripecias del siglo XX. Puede que aquel elemento especial que se mencionaba al principio tenga que ver con esa especie de éxito tranquilo y cotidiano, seguro reflejo de la vida en familia a la que era tan asiduo el pintor.  Todo esto en claro contraste con la tormentosa vida de pintores como Picasso, Dalí y demás vanguardistas, que nos tienen acostumbrados a la estridencia,  el desasosiego y al sondeo doloroso de alma en pena que busca hacer arte en un mundo sin belleza. 

Muchos alegan que el éxito de Sorolla se debe a que es un pintor fácil y asequible para el gusto de las masas. No obstante, los que dicen esto muchas veces lo hacen por estar acostumbrados ya a la necesidad de abstraer que exige el arte contemporáneo. Válido e importante, pero de ninguna manera único. La pregunta que se alza ante este tipo de postura moderna es si para hacer arte se hace necesario siempre el sufrir, abstraer o confundir. También se hace relevante interrogarse si, al fin al cabo, estas acciones son las únicas con las que se puede aprehender en obras concretas las maravillas del universo mundo. Quizá, detrás de esa tendencia de calificar lo exitoso como fácil exista en ocasiones cierta visión solitaria y esnob que se regocija en la privilegiada comprensión de obras arcanas y complejas.  

Sea lo que fuere, Sorolla sigue siendo admirado en el mundo y en España. Si en el caso de otros pintores fueron los amigos y las amantes los que se dedicaron en buena medida a perpetuar su obra, en el caso de Sorolla fueron su esposa e hijos (y los hijos de sus hijos) los que se han dedicado durante casí ya ocho décadas a preservar su legado.  Prueba de ello es el Museo Sorolla de Madrid, donde el arte y la vida familiar se funden. De nuevo, son pocos aquellos artistas españoles que se puedan gloriar de haber contado con su familia como gestores de su propio museo.  Y con todo, el nombre Sorolla suena poco. Quizá este tipo de situación sea la condición sin la cual no pueda darse aquel elemento especial de su pintura. Quizá lo que hace grande a este pintor valenciano de orígenes humildes y pocas palabras sea precisamente que su vida, por callada, familiar y sencilla, no pueda más que remitir a sus obras. Y son estas las que verdaderamente tienen fama y brillo. Puede que en un Siglo XX, donde hemos tenido tanto artista famoso, bohemio, incomprendido y a veces atormentado se haya olvidado que lo verdaderamente importante en el arte son las obras. Y en este aspecto, Sorolla tiene mucho que enseñar con su ejemplo callado, alegre y apacible.

12 ago 2010

Mientras no tengamos rostro.


Hay cosas que no cambian. No importa el tiempo que pase, ni cómo se revuelva el mundo que nos rodea, hay elementos que permanecen inmutables, inamovibles. Confieso que uno de mis grandes aferraderos es un libro (para muchos esto no será una sorpresa). Lo verdaderamente sorprendente es que no importa cuántas veces lo lea, siempre encuentro en él algo nuevo: un matiz, una emoción, una idea, un retrato del complejo sentir y pensar del ser humano... Todas estas cosas, tan viejas como la historia misma; pero a la vez tan nuevas, tan presentes en mi vida, en la vida de todos.

Clives Staples Lewis fue un hombre brillante. Vivió una vida muy rica. A quien no sepa nada de él, aconsejo la película Tierras de penumbra. Lewis escribió muchas obras. Pero de entre todas las que he leído, es en Mientras no tengamos rostro donde puedo ver al escritor, al hombre, desnudo de toda retórica y plenamente presente y vivo para plantearse una sola pregunta, que termina desdoblándose en dos: ¿quién soy yo? ¿Qué soy yo?

Se han escrito ríos de tinta sobre estas cuestiones: tratados, ensayos, disertaciones, tesis... No soy un escéptico, pero algo me hace pensar que ante estas realidades siempre se nos va a escapar algo. En cierta forma, intentar llegar al concepto de hombre es como intentar hacer parar el tiempo, detener un río existencial que fluye desbocado y salvaje por cauces inesperados. Y sin embargo, es también extremamente humano querer entender al hombre. Es por ello por lo que también se ha tomado otra vía, en mi opinión mucho más acertada para esta tarea: contar una historia.

Lewis se sirvió de una historia para atrapar sus dudas, y no de cualquier relato. En su obra se recrea el mito griego de Cupido y Psique:

Habla la mitología griega de un rey que tenía tres hijas de gran belleza. La menor, Psique, era tan hermosa que llegó a ser admirada como si fuese Venus encarnada. La diosa, que veía que sus templos permanecían desiertos mientras los honores eran tributados a la bella Psique, pidió ayuda a su hijo Cupido para que la joven Psique se enamorara de la criatura más vil de la tierra. Pasó el tiempo y las hermanas de Psique se casaron, mientras ella no encontraba pretendiente alguno. Su padre, acudió pues al Oráculo de Apolo, quien le ordenó que vistiera a su hija con las mejores galas para un matrimonio fúnebre con un monstruo volador dotado de la ferocidad de una vívora. El rey, entre lamentos, llevó a su hija hasta la cima de la montaña y la dejó allí sola, a la espera de que se cumpliera su destino. Por la noche, el Zéfiro la condujo a un florido prado próximo a un palacio de oro donde, donde le servían personas invisibles que solo dejaban oir su voz. A oscuras, apareció su marido y consumaron su enlace; así una y otra noche, sin que Psique pudiese llegar a contemplar a su esposo.

Pasado el tiempo, visitaron a la joven sus hermanas e incitaron a la joven a que matara a su marido, a quien tenía prohibido ver. Convencida, una noche tomó un candil y, temblorosa, contempló al ser más maravilloso de la creación, que nada tenía que ver con un monstruo. Se acercó embelesada a él, y sin querer, dejó caer aceite ardiendo sobre Cupido, que huyó al momento. Psique recorrió el mundo en busca de su amado, oculto y recluido en la morada de Venus, que a su vez buscaba hacerle la vida imposible a la joven. Tras someterla a penosas pruebas, en las que Psique fue ayudada por los animales y los elementos, el propio Zeus intervino y unió en ceremonia solemne a Cupido y Psique, al Amor y el Alma...



No sé qué secreto hay detrás de los griegos, pero tarde o temprano siempre volvemos a ellos. Ahora bien, no se crea que la narración es una simple copia. No. Para nuestro escritor, el texto sirve como pretexto, y a partir de él introduce algo completamente nuevo y preñado de inquietudes. No en vano, aunque se trate de la historia de Cupido y Psique, el personaje principal es una de las hermanas del mito. Concretamente, la más fea de las tres. Un personaje que busca desesperadamente ser amado.

Han pasado ya seis años desde que leí por primera vez el libro. Recuerdo todavía cuando era algo fresco y desconocido. Pensaba que iba a ser una historia sin más, pero ¿qué pasa cuando un libro, a través de sus personajes, su trama, sus diálogos y su descripción te refleja, como si de un espejo se tratase? Y no sólo te refleja, sino que te absorbe, te involucra y te deja desarmado, palpitante y desnudo, con una sola pregunta: ¿quién soy yo?

Al principio, ni siquiera sabía que esa era la cuestión que se me planteaba, sólo me sentía impelido por la emoción. He necesitado unas cuántas relecturas para poder ir sacando en limpio las cuestiones de carácter más existencial.

Con los años, he ido madurando (o eso creo). Lo que sí es seguro es que he ido ganando en experiencias. Y cada vez que volvía a Mientras no tengamos rostro, podía observar cómo iba comprendiendo mejor a los personajes. Quizá porque había experimentado de manera más profunda aquello que sentían. Pero también, con cada nueva visita, surgían nuevas preguntas e inseguridades que hasta entonces no tenía presentes. ¿Quién soy yo? ¿Qué es el amor? ¿Existe algo más de lo meramente visible? ¿Por qué existe el dolor? ¿Por qué Dios, de haber alguno, se oculta de mí?

A falta de respuestas claras, el hombre se levanta y se instaura juez del mundo y de la divinidad. Muchas veces su veredicto termina en condena. Lo que no sabe el hombre, es que en ese juicio el que termina en el banquillo es él mismo. Y, ante él, se plantea una pregunta que quizá nunca sepa contestar: ¿quién soy yo? Y quizá no sepa contestarla porque mientras no muramos, mientras no hayamos realizado nuestra última acción consumando, así nuestra vida (buena, mala o nula), mientras no tengamos un rostro definitivo, no podremos responder a esa cuestión.

Aún con todo, sabemos que nunca dejaremos de preguntarnos; y quizá eso sea la muestra más potente de que seguimos vivos. Una vez, un amigo me dijo que una prueba de que un libro era bueno consistía en que, con el paso del tiempo, pudiésemos volver a él y encontrar algo nuevo. Mientras no tengamos rostro ha superado esto con creces. Y espero que siga haciéndolo ya que, de entre los trepidantes y mutables elementos que componen mi vida, cuando menos habrá algo que permanecerá inamovible. Eso es un verdadero consuelo :D.

11 abr 2010

Apuntes sobre lo "friki": definición, distinción e influencia en la sociedad.


A finales de cada mes de mayo se celebran en distintas ciudades de España una serie de eventos bastante particulares. Principalmente en las ciudades de Madrid y Barcelona pueden verse grupos de personas con kimonos, cadenas, espadas láser, pelucas, katanas y un sinfín de accesorios más. Los hay muy jóvenes, de entre quince y diecinueve, y los hay también más maduros (de más de treinta).
Todos se reúnen para celebrar el Día del Orgullo Friki, iniciativa que surgió de algunos usuarios de Internet, que a través de distintos foros mostraban el deseo de reunirse y compartir el gusto por distintas aficiones o hobbies. ¿Pero qué es un friki? ¿Lo serán solamente aquellos que se reúnen ese día? Es más, ¿nos referimos todos a la misma realidad cuando se usa esta palabra? Su significado se ha diluido en cosas muy distintas. Y en muchos casos cuenta con valor peyorativo. Para comenzar este ensayo, convendrá ver los orígenes y la definición más aceptada:

Friki o friqui (del inglés freak, extraño, extravagante, estrafalario, fanático), es un término coloquial, peyorativo en algunos casos, no aceptado actualmente por la Real Academia Española, usado para referirse al individuo de apariencia o comportamiento inusual, que se muestra interesado u obsesionado en un tema muy específico del que se considera fanático. Estos temas, conocidos como cultura friki, suelen estar centrados en la ciencia ficción, la fantasía, el manga, el anime, los videojuegos, los cómics y la informática (Wikipedia).
A primera vista, podrá parecer poco serio servirse de medios como Wikipedia para un ensayo, pero teniendo en cuenta el tema que nos ocupa su uso se vuelve bastante pertinente. Mientras se habla muy poco en los libros sobre esta realidad, en Internet pueden encontrarse bastantes explicaciones, definiciones y ejemplos.
Una buena parte de los que están metidos en este movimiento se sirven de la red para darse a conocer y expresar sus gustos y opiniones. Aparte, los pocos libros que llegan a tratar el tema del friki citan también esta definición. Es el caso de Jordi Busquet en su libro Lo sublime y lo vulgar. La "cultura de masas" o la pervivencia de un mito.
Volviendo a los orígenes de friki, puede verse cómo el termino era peyorativo ya desde un principio.
La palabra freak se usa en el idioma inglés para referirse a las personas que se distinguían por tener alguna malformación o anomalía física (mujeres barbudas, hombres elefante o personas de estatura anormalmente alta o baja) y que se exhibían en los circos […] Pasando los años, la palabra se usó para referirse también a las personas que se catalogaban de extravagantes, producto de tener por lo menos una obsesión extrema o extraña con un tema en concreto (Wikipedia).
A pesar de lo dicho en Wikipedia, el ámbito de lo que se considera friki no está bien determinado. Algunas páginas web aventuran una tipología: fanáticos de los programas de ciencia ficción o fantasía, lectores acérrimos de cómics, obsesionados con internet, amantes de los animales, etcétera. Sin embargo, la lista podría extenderse aún más, como se verá.
Para entender mejor el fenómeno de los frikis, en especial si nunca se ha pensado al respecto, se hace útil un vídeo presentado al Congreso UNIV 2008 por un estudiante de Medicina de la Universidad de Navarra:


Después de este vídeo introductorio, toca ver más a fondo al grupo que ha sido identificado comúnmente como friki. Como se decía en el Factor F, cualquier tipo de actividad puede convertirse en un fenómeno friki. Entre las más comunes, teníamos a las personas que se obsesionaban por la informática, las historias de ciencia ficción (Star Trek, Star Wars) y fantasía (El Señor de los Anillos), los juegos de rol y los cómics. Pero quizá el movimiento más llamativo para la gente de occidente sea el de los otakú, palabra que se utiliza para denominar a aquellas personas que muestran gran afición por el mundo japonés a través del ánime (dibujos animados), el manga (cómics) y los videojuegos.
El anime muestra unas características estéticas peculiares: ojos comúnmente muy grandes, cabellos de colores variados y facciones faciales femeninas independientemente del sexo. Esto entre otras cosas. Desde un punto de vista temático y cultural pueden encontrarse influencias muy variadas: budismo, romanticismo, fantasía, ciencia ficción, cristianismo, mitología, e incluso historia aborigen de Japón. Hay personas que consideran la animación japonesa desde un punto de vista artístico y lo contrastan con la la producción occidental, de carácter más plano y comercial.
Paralelamente al anime, en Japón se desarrolla el mundo del cómic o manga. Entre estos dos suele haber interacción ya que, después de todo, el anime es manga en movimiento. Luego, si la afición es grande, se hace el videojuego. Tanta ubicuidad del mismo fenómeno hace más comprensible que los fans terminan disfrazándose de sus héroes. Tómese por ejemplo, la serie Naruto:
Ánime
Manga
Videojuego
Cosplay
En todas partes del mundo pueden encontrarse grupos de interesados por lo nipón. Este fenómeno es bastante fuerte en España. Lo demuestra un reportaje que salió en Espejo Público, un programa de Antena 3, en septiembre de 2009. En el vídeo se presentan, sobre todo, personas inmersas en la actividad conocida como Cosplay (etimológicamente del inglés costume play), que consiste en vestirse como los personajes de las series anime.:
Con esto ha podido observarse como a partir de un gusto en particular puede llegarse a múltiples manifestaciones. Hemos utilizado de ejemplo un programa de origen japonés, pero fenómenos parecidos pueden darse con otras series. También han llegado a disfrazarse los fans de Star Wars, Star Trek (conocidos como trekkies) o los clásicos superhéroes.
Después de todo lo dicho, cabe preguntarse: ¿Son estas personas directamente frikis? ¿Ser admirador de la animación japonesa, por seguir con nuestro ejemplo, lo hace a uno raro automáticamente? Quizá los disfraces muestren ya de por sí una buena dósis de enajenación, pero ¿son obligatoriamente negativas estas manifestaciones?
Es cierto que en ocasiones se puede terminar atrapado en un mundo de ficción, tal y como se decía en Espejo Público. Se han dado varios casos en los que se pierde contacto con la realidad (véanse otros más). Pero también puede apreciarse en ocasiones casos de verdadera institucionalización y absorción de estos movimientos. Ahí están para probarlo el proyecto de Biblia Manga, lanzado para hacer que la gente jóven se interese por las Sagradas Escrituras, o la combinación de influencias: animación sobre el Siglo de Oro español realizado con estética japonesa. Estos movimientos pueden ser utilizados para encausar a la juventud y conseguir mejores respuestas sociales que no necesiten de las drogas, por ejemplo. Ya lo afirmaba el profesor Parina en el programa.
Generalmente se asocia friki con un tipo de actividad insana, infantil y antisocial. Y en varios casos este juicio es verdadero debido a lo obcecadas que pueden mostrarse las personas en esa actividad. Jordi Busquet afirma en su libro que es específico de este grupo el realizar cosas inusuales, poco corrientes:
Friki es alguien que destaca por sus gustos o aficiones poco comunes y que generalmente se desentiende de los gustos y aficiones de la mayoría. No le interesan ni los deportes más populares, ni los programas de televisión que se emiten en prime time (Busquet 144).
Con esta descripción, Busquet señala aspectos importantes del friki, pero me parece que no se hace con el fenómeno en su esencia. Cómo ha podido verse, el término puede aplicarse a un amplio espectro de realidades.
Visto con detenimiento, me parece más definitorio lo planteado en el Factor F: lo friki , si es que el término debe existir, viene dado por el nivel de obsesión en una actividad y su consecuente aislamiento de la realidad. No sería tanto la afición, sino el nivel de fijación por ella, que llevaría como consecuencia a conductas antisociales.
Resumiendo, lo friki per se es la adicción, no la actividad. De lo contrario, caeríamos en relativismos culturales, ya que en España podrían considerarse frikis ciertos comportamientos que en otros sitios serían vistos como normales, y viceversa. Esto último no es difícil teniendo en cuenta que, para muchos, España cuenta con una muy particular forma de entender el mundo. Es bastante conocido el dicho "Spain is different".
Busquet aventuraba una segunda definición:
También existe una nueva acepción de friki en relación a aquel personaje mediático que destaca por su originalidad o extravagancia. Se trata de individuos que no tienen una afición particular ni presentan una anomalía física; son personajes de televisión "creados" para llamar la atención del público [...]. Tal vez el friki español más universal hasta nuestros días es el de Chikilicuatre (Busquet, 144).
A partir de todo lo visto, nos damos cuenta de que esta segunda definición tampoco puede ser válida. Más que de un friki, estaríamos hablando de un actor que ha decido llamar la atención simulando comportamientos extraños e incluso negativos. Aún con todo, esta acepción de Busquet nos indica un factor muy importante para ciertas personas a la hora de tildar a alguien de anormal: para muchos lo friki será toda aquello que vaya contra lo socialmente establecido.
En muchos casos, para juzgar una actividad, se hace importante el tema de la aceptación social. Pero esto, más que ver con los frikis apunta a mecanismos de inclusión y exclusión social, vigentes en determinados círculos sociales.
Los gustos y lo socialmente correcto pueden ser muy relativos. Varían según la localización. Es por ello que me parece un error utilizar este elemento como lo definitorio del término friki. La palabra se haría ociosa e inútil a la sociología si sirviese para denóminar todo aquello a lo que cierto grupo considera raro. Uno tendría que empezar preguntándose primero a cuál grupo social tendría que seguir. Y se daría cuenta que los barémos cambiarían según el país y, en algunos casos, según la región.
Aparte de todo lo dicho, hay que tener en cuenta que lo socialmente establecido, mientras condena cierto tipo de actividades, muestra arbitriariedad muchas veces al ser indulgente con ciertos abusos sólo porque se considera dentro del ámbito de lo normal.
En el vídeo del Factor F se aludía muy al final el tema de los deportes. Se hace curioso que, en algunos casos, pueden también observarse en ellos comportamientos obsesivos. Y sin embargo, nadie considera frikis a estas personas.
Por ejemplo, el fútbol. El fanatismo exacerbado se expresa en acciones tales como pintarse la cara, comprar todo tipo de merchandising del equipo, saltar al estadio, sufrir fluctuaciones importantes de ánimo dependiendo de los resultados del fin de semana e incluso casos de violencia. Ejemplo de ello sería el eterno rencor entre el River y el Boca en Argentina (noticia). Otros muchos casos más, bastante actuales, han sido recogidos en un especial de El País.
Por tener una marcada aceptación social, el fútbol no tiende a ser considerado dentro del terreno friki. Por sí mismo, es un pasatiempo muy sano. Sin embargo, estas noticias demuestran ciertos comportamientos destructivos. ¿Qué es más alienante qué cifrar buena parte de la felicidad en los resultados de un partido? ¿Qué puede ser más antisocial que terminar a palos o incluso en muerte?
Otro ámbito comparable con el deporte es el de la movida. nocturna, que llevada a un límite puede arrastra también efectos negativos. Mírese para ello esta noticia sobre la violencia en garitos nocturnos o esta iniciativa que tuvieron el Ayuntamiento de Sevilla y la Caja de Ahorros San Fernando hace unos años.
El fútbol y la movida cuentan con una marcada aceptación social debido a que son fenómenos de masas, palpables y medibles: multitudes se unen en un estadio para animar a su equipo o para beber y bailar el fin de semana. Otros comportamientos de tipo friki, más asociados al mundo de la informática, la fantasía y los libros, parecen ser más proscritos debido a que la forma de contacto es más sutil y distanciada: se desarrolla por Internet.
Asimismo, las posibilidades de reunir a gente de este entorno son abismalmente menores cuando las comparamos con la inmensa parafernalia deportiva o nocturna. La segunda entrega del Factor F hace hincapié en todas estas cosas:
A partir de todo lo dicho, podemos distinguir cuando menos dos vertientes, aparentemente enfrentadas, de lo friki: una de carácter más físico y gregario, personificada en actividades como los deportes y el ocio nocturno (comúnmente no clasificadas dentro de lo friki). Y otra, la única si atendemos sólo al factor de la aceptación social, de carácter más intelectual e individual como puede ser la encarnada por gustos informáticos, fantásticos y librescos.
Se podrían sacar a las dos una lista de ventajas y desventajas respecto de la otra. Pero lo que nos interesa aquí es dar a ver que, aún siendo parte de una raíz común, la obsesión por temas de la primera vertiente cuentan con una mayor tolerancia en la sociedad. Tienen sus límites, sí, pero mucho más amplios y comprendidos dentro del grupo social si lo comparamos con la mayor facilidad para el rechazo social en el caso del segundo grupo. Esto se debe seguramente al aval que da la presencia tangible de masas a favor de estos frikis "convencionales". Llama la atención lo que decía el profesor invitado al programa de Espejo Público cuando les decía a los otakú cosplay que eran otra versión de pijo, pues al igual que estos, pasaban demasiado preocupados por su apariencia.
Como ha podido irse viendo, detrás del fenómeno friki se encuentran muchas elementos clave a la hora de entender mejor la cultura global en la que vivimos: las actividades lúdicas, las aficiones, el deseo de distinguirse de los demás matizado a su vez por la necesidad de pertenecer a un grupo, la introducción de las nuevas tecnologías como medios de contacto, la influencia de otras culturas a través de la globalización, la aceptación social...
Todo estos elementos influyen y configuran nuestra realidad actual. Una realidad en la que el ocio se han vuelto clave, lo que conlleva a que puedan darse abusos y se haga necesario un nuevo término para denominar este nuevo tipo de alienación del hombre moderno.
Lo importante, en cualquier caso, será identificar el problema, que radica en el mal uso, no en la actividad. De lo contrario, estaremos condenados al relativismo y a la arbitrariedad de las nuevas corrientes y tendencias sociales.