12 ago 2010

Mientras no tengamos rostro.


Hay cosas que no cambian. No importa el tiempo que pase, ni cómo se revuelva el mundo que nos rodea, hay elementos que permanecen inmutables, inamovibles. Confieso que uno de mis grandes aferraderos es un libro (para muchos esto no será una sorpresa). Lo verdaderamente sorprendente es que no importa cuántas veces lo lea, siempre encuentro en él algo nuevo: un matiz, una emoción, una idea, un retrato del complejo sentir y pensar del ser humano... Todas estas cosas, tan viejas como la historia misma; pero a la vez tan nuevas, tan presentes en mi vida, en la vida de todos.

Clives Staples Lewis fue un hombre brillante. Vivió una vida muy rica. A quien no sepa nada de él, aconsejo la película Tierras de penumbra. Lewis escribió muchas obras. Pero de entre todas las que he leído, es en Mientras no tengamos rostro donde puedo ver al escritor, al hombre, desnudo de toda retórica y plenamente presente y vivo para plantearse una sola pregunta, que termina desdoblándose en dos: ¿quién soy yo? ¿Qué soy yo?

Se han escrito ríos de tinta sobre estas cuestiones: tratados, ensayos, disertaciones, tesis... No soy un escéptico, pero algo me hace pensar que ante estas realidades siempre se nos va a escapar algo. En cierta forma, intentar llegar al concepto de hombre es como intentar hacer parar el tiempo, detener un río existencial que fluye desbocado y salvaje por cauces inesperados. Y sin embargo, es también extremamente humano querer entender al hombre. Es por ello por lo que también se ha tomado otra vía, en mi opinión mucho más acertada para esta tarea: contar una historia.

Lewis se sirvió de una historia para atrapar sus dudas, y no de cualquier relato. En su obra se recrea el mito griego de Cupido y Psique:

Habla la mitología griega de un rey que tenía tres hijas de gran belleza. La menor, Psique, era tan hermosa que llegó a ser admirada como si fuese Venus encarnada. La diosa, que veía que sus templos permanecían desiertos mientras los honores eran tributados a la bella Psique, pidió ayuda a su hijo Cupido para que la joven Psique se enamorara de la criatura más vil de la tierra. Pasó el tiempo y las hermanas de Psique se casaron, mientras ella no encontraba pretendiente alguno. Su padre, acudió pues al Oráculo de Apolo, quien le ordenó que vistiera a su hija con las mejores galas para un matrimonio fúnebre con un monstruo volador dotado de la ferocidad de una vívora. El rey, entre lamentos, llevó a su hija hasta la cima de la montaña y la dejó allí sola, a la espera de que se cumpliera su destino. Por la noche, el Zéfiro la condujo a un florido prado próximo a un palacio de oro donde, donde le servían personas invisibles que solo dejaban oir su voz. A oscuras, apareció su marido y consumaron su enlace; así una y otra noche, sin que Psique pudiese llegar a contemplar a su esposo.

Pasado el tiempo, visitaron a la joven sus hermanas e incitaron a la joven a que matara a su marido, a quien tenía prohibido ver. Convencida, una noche tomó un candil y, temblorosa, contempló al ser más maravilloso de la creación, que nada tenía que ver con un monstruo. Se acercó embelesada a él, y sin querer, dejó caer aceite ardiendo sobre Cupido, que huyó al momento. Psique recorrió el mundo en busca de su amado, oculto y recluido en la morada de Venus, que a su vez buscaba hacerle la vida imposible a la joven. Tras someterla a penosas pruebas, en las que Psique fue ayudada por los animales y los elementos, el propio Zeus intervino y unió en ceremonia solemne a Cupido y Psique, al Amor y el Alma...



No sé qué secreto hay detrás de los griegos, pero tarde o temprano siempre volvemos a ellos. Ahora bien, no se crea que la narración es una simple copia. No. Para nuestro escritor, el texto sirve como pretexto, y a partir de él introduce algo completamente nuevo y preñado de inquietudes. No en vano, aunque se trate de la historia de Cupido y Psique, el personaje principal es una de las hermanas del mito. Concretamente, la más fea de las tres. Un personaje que busca desesperadamente ser amado.

Han pasado ya seis años desde que leí por primera vez el libro. Recuerdo todavía cuando era algo fresco y desconocido. Pensaba que iba a ser una historia sin más, pero ¿qué pasa cuando un libro, a través de sus personajes, su trama, sus diálogos y su descripción te refleja, como si de un espejo se tratase? Y no sólo te refleja, sino que te absorbe, te involucra y te deja desarmado, palpitante y desnudo, con una sola pregunta: ¿quién soy yo?

Al principio, ni siquiera sabía que esa era la cuestión que se me planteaba, sólo me sentía impelido por la emoción. He necesitado unas cuántas relecturas para poder ir sacando en limpio las cuestiones de carácter más existencial.

Con los años, he ido madurando (o eso creo). Lo que sí es seguro es que he ido ganando en experiencias. Y cada vez que volvía a Mientras no tengamos rostro, podía observar cómo iba comprendiendo mejor a los personajes. Quizá porque había experimentado de manera más profunda aquello que sentían. Pero también, con cada nueva visita, surgían nuevas preguntas e inseguridades que hasta entonces no tenía presentes. ¿Quién soy yo? ¿Qué es el amor? ¿Existe algo más de lo meramente visible? ¿Por qué existe el dolor? ¿Por qué Dios, de haber alguno, se oculta de mí?

A falta de respuestas claras, el hombre se levanta y se instaura juez del mundo y de la divinidad. Muchas veces su veredicto termina en condena. Lo que no sabe el hombre, es que en ese juicio el que termina en el banquillo es él mismo. Y, ante él, se plantea una pregunta que quizá nunca sepa contestar: ¿quién soy yo? Y quizá no sepa contestarla porque mientras no muramos, mientras no hayamos realizado nuestra última acción consumando, así nuestra vida (buena, mala o nula), mientras no tengamos un rostro definitivo, no podremos responder a esa cuestión.

Aún con todo, sabemos que nunca dejaremos de preguntarnos; y quizá eso sea la muestra más potente de que seguimos vivos. Una vez, un amigo me dijo que una prueba de que un libro era bueno consistía en que, con el paso del tiempo, pudiésemos volver a él y encontrar algo nuevo. Mientras no tengamos rostro ha superado esto con creces. Y espero que siga haciéndolo ya que, de entre los trepidantes y mutables elementos que componen mi vida, cuando menos habrá algo que permanecerá inamovible. Eso es un verdadero consuelo :D.