Duelo a Garrotazos de Francisco de Goya. Foto de Wikimedia Commons.
Hace unos años, en 2010, tuve la suerte de contar con una visita guiada al Museo del Prado. Recuerdo que en esa ocasión el encargado de comentarme a mí y a unos amigos sobre Las Meninas, El Jardín de las delicias y La Asunción, entre otras obras, no era el guía típico. Fue más bien un grave señor que llevaba muchos años trabajando en el museo.
Lejos del ensayado discurso del personal acostumbrado a dar varias sesiones diarias, las explicaciones de nuestro guía eran mucho más profundas y en buena medida menos "enlatadas" y políticamente correctas. De Las Meninas nos contaba, por ejemplo, que había discutido hace tiempo con unos colegas de trabajo cómo este sería el cuadro que definitivamente habría que salvar de un incendio. Según nuestro guía, ese mérito no sería por los personajes ni las perspectivas, sino por el aire de la habitación en la pintura que, aunque invisible, se hacía palpable gracias a la magia de Velázquez.
Quisiera recordar muchos más datos de esa visita guiada, pero la memoria no me permite aventurarme mucho. Lo que sí recuerdo con seguridad fue el comentario que nuestro guía hizo sobre el cuadro Duelo a Garrotazos (1820-1823) de Goya. Conforme nos acercábamos, nuestro cicerone empezó a decir que con esa pintura Goya estaba haciendo una premonición de lo que sería España durante los años venideros: una lucha fratricida entre hermanos. Nos explicó que así había sido con la Guerra Civil del siglo XX. También nos dijo, con un tono admonitorio propio de las personas mayores, que si nos descuidábamos así volvería a ser tras la transición.
Ciertamente, nuestro inusual guía no fue el primero y el último en buscar una interpretación simbólica a posteriori en este cuadro de Goya. Tampoco ha sido el primero ni el último en traer a discusión la idea histórica sobre las dos Españas que durante muchas décadas estuvieron en pugna. Lo que sí fue distinto en este inusual guía fue poner en duda la estabilidad institucional del actual orden político español. Eso no se escucha todos los días. O no se escuchaba tanto hasta que hace unos días el Rey Juan Carlos decidió abdicar en su hijo, el recientemente proclamado Felipe VI. Todo esto en el mismo año en que un partido tan poco conocido y nada institucional como Podemos se hiciese con una gran victoria política en las Elecciones Europeas.
Vivimos en una época intelectualmente bastante desmitificadora. Es un síntoma causado en buena medida por el agotamiento intelectual propio de un Occidente postmoderno; y esta situación se ha visto exacerbada por el puñado de años de crisis en el que hemos estado viviendo. No obstante, incluso en estos tiempos de desencanto, sigue siendo necesario el crear ciertos mitos con los cuales proteger la legitimidad de la esfera política en las sociedades contemporáneas. Tómese por ejemplo la idea de democracia. No sólo se ha mostrado eficiente como regla de juego para sortear los resentimientos colectivos sino que también, o posiblemente por ello, se ha convertido en un dogma político. Esta maniobra no ha sido por accidente. Sólo mediante la cristalización de mitos fundacionales, en cierto momento refrendados por la voluntad popular, puede el orden político mantener sus status quo en una sociedad que está abocada a cambiar con cada generación.
En efecto, en España el procedimiento dogmático ha estado bastante vigente y hasta el momento han existido ciertas ideas que no se podían poner en duda, tales como la importancia política de la transición y de la Monarquía parlamentaria que dio a luz al actual sistema democrático español. Sin embargo, parece que en estos más de treinta años de abundancia económica y social el pueblo español se olvidó de un detalle muy importante: los mitos pueden morir. Primero se ponen en duda. Luego se vacían de cualquier contenido. Finalmente se destruyen.
El proceso de desmitificación de la transición y la monarquía lleva ya un tiempo. A su vez, las continuas noticias sobre corrupción, los años de precariedad y la dejadez por parte de los gobernantes solamente ha contribuido a extender el desencanto. Y es de esta forma como hemos llegado a 2014 y a los reciente eventos políticos que han puesto en duda, de una forma abierta y masiva, la validez de los mitos del 78. Tanto es así que en medios internacionales se airea el mal estado de la monarquía y en foros académicos, como el de la Universidad de Oxford, se ha empezado a plantear una alternativa histórica a la cristalizada versión del mito español de la transición. Este es el caso de la sesión celebrada este 27 de Junio en el Wadham College, con el título: Spain's Transition to Democracy: The real story.
Ciertamente, los mitos fundacionales de la actual democracia española se encuentran en un estado bastante precario. En este sentido, el mismo Felipe VI ha contribuido a desmitificar aún más la figura del monarca tras su decisión de prescindir de cualquier rito o signo religioso durante su proclamación. Los mitos son muy caprichosos y no entienden de discursos políticamente correctos ni de secularismos. Por siglos, el poder político asociado al monarca europeo ha venido dado por el Dios cristiano. En su completísima obra sobre la figura del monarca, el ya fallecido Ernst Kantorowicz narra cómo la monarquía europea, desde muy temprano, se ha fundamentado en una compleja idea teológico-política que presentaba al monarca como un ser con dos cuerpos: el cuerpo político, eterno y verdadero garante del poder ante un pueblo por mandato divino, y el cuerpo natural, caduco y representado por una persona en particular. La idea de linaje está asumida en esta teoría política, ya qué es la única que puede justificar el gobierno hereditario. Era a través de la sucesión entre padre e hijo como el cuerpo político seguía vigente en su misión de gobernar a una determinada nación.
Fuera de cualquier debate sobre la validez de estas teorías teológico-políticas (tema amplio que da para mucho), y sobre si era o no propio atenerse a elementos religiosos en un estado que se declara laico (que nos llevaría también a ver qué se entiende por "laico" y por qué), se debe aceptar que con esta maniobra Felipe VI ha contribuido a erosionar el mito que sustenta su poder. Y no lo ha hecho sólo contra él, sino también contra su descendencia. En efecto, el único mito que puede sustentar ahora el poder de la Monarquía Española, y el derecho de su linaje (cada uno de ellos), es el de la voluntad popular a través de la democracia. Pero en este punto específico, como en el de los nacionalismos, los mandatarios y su mismo rey se atienen a preguntar porque parecen temer la respuesta de un pueblo que actualmente se encuentra decepcionado y seducido por el mesianismo, por demás también muy mítico, de una izquierda como la de Podemos, que promete una regeneración a través de un cambio radical y un orden republicano.
Cierto amigo dijo durante el día de la proclamación de Felipe VI que sentía que con este evento se había acabado la transición. Considero que tiene razón. Lo que queda por ver es si con ese fin histórico se ha dado también un paso más al fin mítico. Por el momento, todo parece apuntar que el pasado 19 de Junio de 2014 España renunció un poco más a su tradición histórica y, sin quererlo, se acercó a matar un poco más aquellos mitos que sustentan el actual status quo. El problema de los mitos políticos moribundos es que estos se encuentran sujetos a ser devorados por nuevos mitos, que posiblemente nada tienen que ver los anteriores.
Quede por descontado decir que los mitos también pueden resucitar. Pero para lograrlo el mito de la transición necesita volver a sus orígenes y debe insuflar un nuevo ambiente de concordia entre las dos Españas, nota por la que fue conocido y sacralizado en el pasado. En el caso del mito político de la monarquía, sólo queda la opción de abrazar la tradición que fundamentó por siglos el derecho divino de los reyes o, en su caso, sustentarse en la decisión de la voluntad popular. Pero si se decide por la segunda opción, el monarca tendrá que atenerse a la inutilidad de contar con un linaje y dejar de llamarse rey, ya que en la práctica no dejará de ser otro presidente electo más en un orden que aunque no de formas, es ya de contenido una república. Quién sabe... Si España sigue descuidando los mitos que tanta paz y abundancia le han dado, puede que terminen muriendo y que el guía del Prado que conocí hace años llegue a tener razón en sus admoniciones. En ese caso, esperemos que no se haga cierta de nuevo aquella profecía pictórica de Goya inmortalizada en Duelo a Garrotazos. Nada bueno saldría de ello.
En efecto, en España el procedimiento dogmático ha estado bastante vigente y hasta el momento han existido ciertas ideas que no se podían poner en duda, tales como la importancia política de la transición y de la Monarquía parlamentaria que dio a luz al actual sistema democrático español. Sin embargo, parece que en estos más de treinta años de abundancia económica y social el pueblo español se olvidó de un detalle muy importante: los mitos pueden morir. Primero se ponen en duda. Luego se vacían de cualquier contenido. Finalmente se destruyen.
El proceso de desmitificación de la transición y la monarquía lleva ya un tiempo. A su vez, las continuas noticias sobre corrupción, los años de precariedad y la dejadez por parte de los gobernantes solamente ha contribuido a extender el desencanto. Y es de esta forma como hemos llegado a 2014 y a los reciente eventos políticos que han puesto en duda, de una forma abierta y masiva, la validez de los mitos del 78. Tanto es así que en medios internacionales se airea el mal estado de la monarquía y en foros académicos, como el de la Universidad de Oxford, se ha empezado a plantear una alternativa histórica a la cristalizada versión del mito español de la transición. Este es el caso de la sesión celebrada este 27 de Junio en el Wadham College, con el título: Spain's Transition to Democracy: The real story.
Ciertamente, los mitos fundacionales de la actual democracia española se encuentran en un estado bastante precario. En este sentido, el mismo Felipe VI ha contribuido a desmitificar aún más la figura del monarca tras su decisión de prescindir de cualquier rito o signo religioso durante su proclamación. Los mitos son muy caprichosos y no entienden de discursos políticamente correctos ni de secularismos. Por siglos, el poder político asociado al monarca europeo ha venido dado por el Dios cristiano. En su completísima obra sobre la figura del monarca, el ya fallecido Ernst Kantorowicz narra cómo la monarquía europea, desde muy temprano, se ha fundamentado en una compleja idea teológico-política que presentaba al monarca como un ser con dos cuerpos: el cuerpo político, eterno y verdadero garante del poder ante un pueblo por mandato divino, y el cuerpo natural, caduco y representado por una persona en particular. La idea de linaje está asumida en esta teoría política, ya qué es la única que puede justificar el gobierno hereditario. Era a través de la sucesión entre padre e hijo como el cuerpo político seguía vigente en su misión de gobernar a una determinada nación.
Fuera de cualquier debate sobre la validez de estas teorías teológico-políticas (tema amplio que da para mucho), y sobre si era o no propio atenerse a elementos religiosos en un estado que se declara laico (que nos llevaría también a ver qué se entiende por "laico" y por qué), se debe aceptar que con esta maniobra Felipe VI ha contribuido a erosionar el mito que sustenta su poder. Y no lo ha hecho sólo contra él, sino también contra su descendencia. En efecto, el único mito que puede sustentar ahora el poder de la Monarquía Española, y el derecho de su linaje (cada uno de ellos), es el de la voluntad popular a través de la democracia. Pero en este punto específico, como en el de los nacionalismos, los mandatarios y su mismo rey se atienen a preguntar porque parecen temer la respuesta de un pueblo que actualmente se encuentra decepcionado y seducido por el mesianismo, por demás también muy mítico, de una izquierda como la de Podemos, que promete una regeneración a través de un cambio radical y un orden republicano.
Cierto amigo dijo durante el día de la proclamación de Felipe VI que sentía que con este evento se había acabado la transición. Considero que tiene razón. Lo que queda por ver es si con ese fin histórico se ha dado también un paso más al fin mítico. Por el momento, todo parece apuntar que el pasado 19 de Junio de 2014 España renunció un poco más a su tradición histórica y, sin quererlo, se acercó a matar un poco más aquellos mitos que sustentan el actual status quo. El problema de los mitos políticos moribundos es que estos se encuentran sujetos a ser devorados por nuevos mitos, que posiblemente nada tienen que ver los anteriores.
Quede por descontado decir que los mitos también pueden resucitar. Pero para lograrlo el mito de la transición necesita volver a sus orígenes y debe insuflar un nuevo ambiente de concordia entre las dos Españas, nota por la que fue conocido y sacralizado en el pasado. En el caso del mito político de la monarquía, sólo queda la opción de abrazar la tradición que fundamentó por siglos el derecho divino de los reyes o, en su caso, sustentarse en la decisión de la voluntad popular. Pero si se decide por la segunda opción, el monarca tendrá que atenerse a la inutilidad de contar con un linaje y dejar de llamarse rey, ya que en la práctica no dejará de ser otro presidente electo más en un orden que aunque no de formas, es ya de contenido una república. Quién sabe... Si España sigue descuidando los mitos que tanta paz y abundancia le han dado, puede que terminen muriendo y que el guía del Prado que conocí hace años llegue a tener razón en sus admoniciones. En ese caso, esperemos que no se haga cierta de nuevo aquella profecía pictórica de Goya inmortalizada en Duelo a Garrotazos. Nada bueno saldría de ello.