17 jun 2014

Ozymandias, Breaking Bad y el camino a la perdición.


*Spoiler Alert
En este post hay información sobre los últimos capítulos de la serie Breaking Bad.



Carretera de Nuevo México. Foto de Nicholas_T / CC BY 2.0.

Hace casi dos siglos, el poeta inglés Percy Bysshe Shelley escribió un poema llamado Ozymandias. Según dicen, lo hizo inspirado por la decisión del British Museum en traer la milenaria estatua de Ramsés II (1300-1213 a.C), faraón de la décimo novena dinastía del antiguo Egipto, al industrializado y mercantilista Londres del Siglo XIX. 

También conocido por el nombre de Ozymandias, Ramsés II fue inmortalizado por varios poetas. No obstante, mientras muchos versos se dedicaron simplemente a alabar las obras de este gran faraón, el poema de Shelley destaca entre los demás al convertirse en una reflexión sobre la grandeza de los reyes, el paso del tiempo y la inexorable decadencia que amenaza a cualquier imperio, incluido el de Ramsés:

I met a traveller from an antique land
Who said: Two vast and trunkless legs of stone
Stand in the desert. Near them, on the sand,
Half sunk, a shattered visage lies, whose frown,
And wrinkled lip, and sneer of cold command,
Tell that its sculptor well those passions read
Which yet survive, stamped on these lifeless things,
The hand that mocked them and the heart that fed.
And on the pedestal these words appear:
"My name is Ozymandias, king of kings:
Look on my works, ye Mighty, and despair!"
Nothing beside remains. Round the decay
Of that colossal wreck, boundless and bare
The lone and level sands stretch far away
 Traducción

Casi dos siglos después de que Shelley escribiese este poema, una serie de televisión estadounidense se atrevió a darle ese nombre a su antepenúltimo episodio, entendido por muchos como el más importante de la serie. Por si esto no fuera poco, durante los días anteriores, se pudo ver un pequeño corto con la voz de Bryan Cranston (Walter White) recitando el poema.


Claramente, el creador de la serie Breaking Bad, Vicen Gilligan, deseaba mandar un mensaje. Mensaje que, por otro lado ya podía intuirse por declaraciones previas a medios de comunicación como el New York Times. En esa entrevista de Julio de 2011, Gilligan explica la importancia que da a dos preguntas a la hora de desarrollar la historia sobre Walter White y su gradual camino al entorno de de los traficantes de drogas: ¿Vivimos acaso en un mundo donde las personas que hacen el mal pueden salirse con la suya? ¿Llegan a pagarlo caro aquellos que han hecho el mal durante su vida? En efecto, Gilligan explican en esta entrevista un punto clave de su filosofía de vida: "Quiero creer que el cielo existe. No puedo creer que no exista un infierno".

Estas declaraciones no son nada baladí. En especial cuando se tiene en cuenta la enorme preponderancia de series que muestran un mundo amoral donde los personajes pueden realizar las acciones más terribles y aún así salir indemnes. Mad Men, Game of Thrones y House of Cards son ejemplos de ficciones cuya cosmología presenta al egoísmo, la ambición, el engaño y la pasión desmedida como realidades cotidianas Pocos son los personajes de estas tres últimas series que puedan escaparse de esta espiral de corrupción. Y en la mayoría de los casos, cualquier acción desinteresada termina destapándose como un acto lleno de hipocresía.

En buena medida, las series de gran éxito en estos últimos tiempos muestran un cinismo lleno de sorna ante cualquier propuesta de un héroe o de un planteamiento que se aleje de una visión pesimista sobre el mundo y aquellos seres que lo habitan: ¿Qué hacer en un mundo donde hablar del pecado o del mal en general parece ser ya algo anticuado?

Mad Men, Game of Thrones y House of Cards son grandes series, de eso no hay duda. Pero también es verdad que, vistos en conjunto, estos programas exploran y hacen eco de una obsesión existencial bastante actual. Ya sea en el Washington de nuestros tiempos, en la época sesentera estadounidense o en un mundo de fantasía habitado por dragones, siempre hay una misma mensaje: homo homini lupus, el ser humano es el peor enemigo de otro ser humano. Ciertamente, queda todavía por ver la conclusión de estas tres series. Pero en buena medida cualquier mensaje que se aleje de esta premisa se terminaría viendo como una traición a lo presentado hasta ahora. En estos casos se observa el panorama intelectual de un Occidente que hace tiempo ya que olvidó aquello que llaman pecado y que, con desengaño postmoderno, explora las repercusiones de este nuevo paradigma cultural, tal y como lo apunta Eric Gans en un artículo.

Y así las cosas, en un mundo en el que el bien y el mal son piezas de antigualla, parecería que la única solución argumental a la trama pasa por convertirse en un superhombre nietzscheano. En otras palabras, en un mundo que está más allá del bien y el mal, hay que convertirse en alguien que por con su voluntad de poder se instauré por encima de los demás: o devorar o ser devorado. En un mundo como este no cabe la moralidad, sólo la supervivencia. Por ende, tampoco cabe hablar en sentido estricto de un desarrollo del personaje a mejor o peor. Sólo cabe el instante que en el que se sobrevive de entre otros para seguir existiendo; y es de esta forma como podemos entender los muchas veces inconexos despliegues de bestialidad y benevolencia que se pueden apreciar en Mad Men, Game of Thrones y House of Cards.

A la hora de representar esta preocupación existencial y moral de los hombres y mujeres del tercer milenio, estas series triunfan con un maravilloso empleo de recursos. En buena medida, la popularidad de programas como estos también anulan (cuando menos desde un punto de vista comercial) cualquier posibilidad de contar con intentos ficcionales que muestren un mundo más esperanzador. O por lo menos eso parecía, hasta que uno se topa con una tercera vía: Breaking Bad.

Nadie podría tildar Breaking Bad de serie cursi o bonachona. El desplieguie de tripas, los múltiples asesinatos y tiroteos, las tensas situaciones y las continuas palizas son pruebas fehacientes de que estamos ante un historia dura de relatar. No obstante, Breaking Bad logra dentro de su fórmula heterodoxa, mostrar una historia donde cabe hablar de un decurso vital, de un cambio moral en los personajes, de un gradual camino a la perdición. La serie nos muestra a un hombre patético que decide convertirse en un antihéroe, un tipo de personaje que abunda últimamente y que el público adora. Lo que no abunda es ese proceso argumental, tan bien explicado por Alberto García en su artículo, en el que el antihéroe termina siendo odiado por un público que en teoría había olvidado como juzgar a alguien por sus malas acciones. Y no hay ningún truco beato en tal proceso.

Breaking Bad sigue siendo una serie hija de su época y sigue compartiendo muchas carácteristicas con programas como Mad Men, Game of Thrones y House of Cards. Quizá la diferencia principal entre estas series y la creada por Vince Gilligan es que para instaurar de nuevo una especie de orden moral se ha recurrido a un truco inventado por los románticos ingleses, escritores que por otro lado tuvieron una guerra declarada a la moral inglesa de la época.

Y el truco es este: el inexorable paso del tiempo. Todo sucumbe ante él. Incluso Ozymandias, el gran Ramsés II. Incluso el superhombre nietzscheano. Por mucho que este se afane en instaurar su preeminencia ante el resto de seres humanos, jamás será capaz de ser señor del tiempo. Y en el momento en que el instante humano de victoria a cualquier precio cede a la eternidad, es entonces cuando todo acto, incluso el más básico de supervivencia, se torna vano. Contra las arenas erosivas del tiempo sólo cabe el recuerdo. Y en el recuerdo se encuentra, también inexorable, la voz de la conciencia (y un juicio sobre las acciones realizadas por los seres humanos). Sólo en una ficción en el que el tiempo vuelve a ser importante se hace posible mostrar el camino a la perdición de Walter White. Sólo de esa manera se puede lograr ese proceso retórico, que tanto amamos en esta serie, por el que terminamos odiando a un personaje que empezamos queriendo. Curiosamente, al apostar por el rescate del tiempo en la ficción, la serie estadounidense vuelve a tener algo que ver con una tragedia griega, donde todos los elementos ficcionales nos llevan a sentir temor y compasión con el protagonista. Aunque a diferencia del teatro clásico, primero compadecemos y luego tememos.

 La grandeza de Breaking Bad reside en esa fórmula por la que podemos hablar de un tiempo, una memoria, un juicio, y aún así estar anclados en los presupuestos postmodernos del antihéroe ficcional. Es a través de la brillante unión de estos elementos que Vince Gilligan, en una época descreída y materialista, vuelve hacer del ser humano un producto de su pasado, instaurando con ello de nuevo un infierno y un mal que merece ser castigado. Ahora sólo queda ver si es posible hablar de nuevo acerca de un cielo, pero eso tendrá que ser obra de otra serie.

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